Podría calificar mi último fin de semana como de absolutamente perfecto.
Me fui a uno de los lugares más bellos que conozco: la cala de la Granadella, cerca de Jávea, un lugar de difícil acceso y de una tranquilidad que enamora. Una cala pequeñita en la que se puede estar solo por las noches viendo las estrellas y escuchando el mar. Estando allí, siempre me ha parecido increíble que lugares así todavía existan. Además, allí he vivido muchos de los momentos más inolvidables de mi historia reciente.
Completaba tanta alegría una compañía inmejorable de seres amados y añorados. Reí con ellos, les hablé desde el corazón y les escuché con ansia, les abracé alrededor de unas ascuas que anunciaban parrillada de carne, cantamos juntos al gran Calamaro al calor de nuestra amistad y de alguna copilla de ron y apoveché el tiempo al máximo.
Además de cantar y beber, disfrutamos muchísimo del lugar y de sus aguas. Montamos en kayak hasta quedar casi exhaustos (yo al menos sí), dimos paseos por la costa en barca, buceamos entre peces que parecen cariñosos y encontramos una estrella de mar (Miguel, ¿quien si no? que es quien bucea de verdad), también nos tiramos al vacío desde algunos metros de altura (experiencia que acojona y emociona igualmente, y que todo el mundo debería probar) y jugamos al ajedrez a la orilla del agua. Yo, que soy de secano y nado malamente, no puedo pedir más.
Querría contaros más cosas: hablaros de mis amigos y de lo mucho que los quiero, querría contaros que volví lleno de energía y os explicaría cuales fueron mis momentos más felices allí, pero se me amontonan las ideas, y por hoy, he contado bastante. Otro día un poquito más.
La foto de este post en en verdad de la cala de la Granadella, en la que hoy, por cierto, se encuentra Bruce Willis rodando escenas en el agua y persecuciones en la pequeñita carretera entre bosques que es el único acceso a este lugar mágico.
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